En la pretensión de perderme
en ti y que el hilo de Ariadna
me llene me sacie de ti en toda
la extensión de un continente
sumergido hacia ese vendaval
de todas tus ilusiones he encontrado
el mármol que sostiene las columnas
de mi memoria.
Y a través de los miles de espejos
que forjan el interior de la vetusta
roca anclaje carne piel heridas
cicatrices todo el continente
de tu cuerpo he descubierto
que antes que ir tenía que volver
de esa manera regresar como una Itaca
a tu palabra a esa canción que escuchas.
Dejar que quitaras a Tete Monteliu
y su solo de piano para enroscarte
en mi pierna con tu música insomne.
Y ya en el sofá fumando un cigarrillo
te conté mi última idea y sonreíste
se me hizo el mundo tan callado
que la muerte parecía un juguete destrozado.
Te dije que se me apetecía ponerme
un vestido negro, muy corto,
y zapatos rojos y medias negras
plantarme en un escaparate
con un cartel: nancy pantera.
Y una niña entraba y me compraba
y en su cuarto me sentaba junto a su
colección inmensa de nancys.
Su madre ya en casa al verme le preguntaba;
está bien, está bien, le decía,
pero bañarla, la baño yo, es demasiado
grande para ti, es una nancy muy grande,
yo, yo la baño.
Y entonces, pensé en Darwin.
Tú no parabas de reír. Darwin, repetías.
Y la isla de las especies.
en ti y que el hilo de Ariadna
me llene me sacie de ti en toda
la extensión de un continente
sumergido hacia ese vendaval
de todas tus ilusiones he encontrado
el mármol que sostiene las columnas
de mi memoria.
Y a través de los miles de espejos
que forjan el interior de la vetusta
roca anclaje carne piel heridas
cicatrices todo el continente
de tu cuerpo he descubierto
que antes que ir tenía que volver
de esa manera regresar como una Itaca
a tu palabra a esa canción que escuchas.
Dejar que quitaras a Tete Monteliu
y su solo de piano para enroscarte
en mi pierna con tu música insomne.
Y ya en el sofá fumando un cigarrillo
te conté mi última idea y sonreíste
se me hizo el mundo tan callado
que la muerte parecía un juguete destrozado.
Te dije que se me apetecía ponerme
un vestido negro, muy corto,
y zapatos rojos y medias negras
plantarme en un escaparate
con un cartel: nancy pantera.
Y una niña entraba y me compraba
y en su cuarto me sentaba junto a su
colección inmensa de nancys.
Su madre ya en casa al verme le preguntaba;
está bien, está bien, le decía,
pero bañarla, la baño yo, es demasiado
grande para ti, es una nancy muy grande,
yo, yo la baño.
Y entonces, pensé en Darwin.
Tú no parabas de reír. Darwin, repetías.
Y la isla de las especies.
Texto e imagen: Adolfo Marchena
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