domingo, 18 de noviembre de 2007

LA PORTADORA

Sobre el viejo merendero
construyeron una casa de oración.
Allí sólo conseguí entrever cierta vez
una mujer en hábito
trepando a un árbol.
El silencio era de una rotundidad sísmica,
no se habría oído
ni un silbido del pulmón de mi abuelo,
acaso apenas el traqueteo del perro a mi lado,
y en general,
se trataba de un territorio
donde el letargo del orden
se había instalado sin remedio,
la narcosis de las papeleras, los bancos
los accesorios diseñados
para el bienestar humano.
Tan diferente a aquel otro lugar
donde en cierta ocasión
bebí cerveza
y mastiqué las costillas del sol
mientras los árboles se burlaban
y percibía
su indulgencia
hacia mis rudezas de recién llegada,
y a la vez me sentía
virginalmente eufórica
sumisamente abrumada
por los zumbidos, los gruñidos,los cloqueos
de aquella nación pagana jocosa y retadora
y las embestidas de sus emisarios
chupadores, mordedores, inoculadores.
De manera que hoy,
cuando despierto caminando
en el jardín de la casa de oración,
todos los cuellos humanos crujen
y los perros domésticos huyen
al paso de este voluminoso vientre
y sus carcajadas de parto,
porque llevo dentro tu semilla, hermano
y el alumbramiento, lo huelo,
se halla cerca,
buscaré un agujero afable
y en un minuto
habrá placenta
y avalancha de osos riendo.


Imágenes: Adolfo Marchena
Texto: Soledad Tuebis


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